domingo, 20 de marzo de 2016

El día que te fuiste para siempre lloré una sola tarde frente al espejo de la habitación que construimos juntos. Tuve, en ese instante, la certidumbre de que no ibas a volver, y no lo hiciste. Prentendí convencerme a mí misma de que regresarías después de haber visto mucho dolor, olvidé que tú cerrabas los ojos ante los padecimientos ajenos.  Algunas veces te aparecías como un fantasma en la conciencia de su asesino y yo era feliz porque casi podía creer que eras de verdad. No podías volver, te habías alienado tan profundo que dejaste de existir. 
El día que te fuiste para siempre yo emprendí contigo ese viaje sin retorno. Tú te metiste a otros grandes amores no cobardes, yo a otras grandes ciudades donde nunca estuvimos juntos. Y fui incluso más allá. A la vida solitaria. A la consagración eterna de mi amor por ti, al todo por la nada. A poner fin a los principios, a causas por encima de lo humano y lo divino, al inútil intento de que las preocupaciones de otros hicieran que me olvidara de mí. Porque antes me olvido de mí misma que de ti.

No hay comentarios:

Publicar un comentario