Te extraño tanto que cuando veo nuestras fotos juntos me
parece increíble que alguna vez haya ocurrido. Es que te echo de menos de una
forma a la que creo que nunca me voy a poder acostumbrar, que va a ser un dolor
con el que tendré que cargar toda la vida, ya casi ignorándolo pero que jamás
remitirá.
Todos los días, en algún momento viene algo que me lleva a ti, ahora
tan ajeno, alguna vez tan mío. Y no cesa. No se quiere ir. Quiere rasgarme
desde dentro hacia fuera, quemarme con besos de cianuro, maldecir mi destino.
Quiere recordarme que nosotros siempre vamos a estar mucho más arriba que el
cielo, que el sol y que la luna, y que
hasta ahí y mucho más yo te voy a seguir queriendo. Ahí donde me quede
sin oxígeno, donde no pueda salir sin casco, donde no haya gravedad y cada día
dure tres otoños. Ahí de donde nunca debieron habernos bajado. Y más aún. Te
quiero por encima de aquello que no podemos ver y que desconocemos.
Y claro que soy capaz de vivir sin ti y no escucharme cuando pienso en hablarte, pero quisiera no
poder, y morirme cuando me faltes.