viernes, 20 de marzo de 2015

Ocurre que tú no

Ocurre que no te veo volver, 
que la fiesta sigue, 
y el verano regresa, 
y a veces llueve y tengo frío. 
Y ocurrió también 
que nada se detuvo cuando te fuiste como todos los días 
pero mirándome como por última vez, 
que se hizo de noche 
y el reloj no cesó en dar mil vueltas 
y el viento siguió conversando contra mi ventana 
y contra la tuya, 
ya lejos de mí.  
Y diría que a veces pareces cercano, 
como si lo único que ocurriera fueras tú. 
Tú, con tu efecto narcotizante. 
Y lo que viene después, 
recordar todo lo que guardábamos en las manos, 
un mundo a nuestra manera, 
un hogar, 
un amor eterno como el milagro ateo, 
susceptible siempre de que la eternidad 
durara sólo lo que algún beso. 

martes, 17 de marzo de 2015

Mi delicadeza te partía literalmente el alma.

Cuestionaste todas mis fobias y les dibujaste un punto final. Viniste a hacerme de nuevo la niña intrépida que un día fui, la que subía a las hormigas a las yemas de sus dedos, la que amaba y leía a partes iguales. Construiste una ruta de adiós entre todo lo sagrado de mi cuerpo y tu mente corrupta y aún hoy me pregunto cómo es que el mundo sigue girando y vos siempre vas un paso por delante. Cómo es que viniste a encallar en mi costa sin dejar de estar ni un instante por encima de lo humano y lo divino. 

Ojalá supieras que me has devuelto las ganas de vivir sin que pareciera un acto tan trascendental y heroico el tuyo, cuando en realidad sólo intentamos cambiarle el nombre al hecho de que siempre me habías parecido refugio para la tormenta y, así, me refugiaste. 

No quisiera que se presentara como un cataclismo inminente la inane idea de que te debo muchas cosas y de que alguno de estos días se gestará el momento de empezar a saldarlas, esto último no tenés que saberlo. Con tu frialdad quirúrgica y tu ternura de centauro nos hiciste portadores de una simbiosis casi áulica, siempre diciendo que mi delicadeza te partía literalmente el alma, a vos, que creías estar vacunado contra esto, se te vino a encallar el barco en mi costa.

domingo, 1 de marzo de 2015

Una suave aceptación de la nostalgia que se cura con soledad.

Pintaste un río de tristeza dulce entre mis piernas y tus piernas, creando una distancia que me pensaste capaz de soportar y vino el fin. Sobreviví a que otras tocaran tu piel y a tu saludo distante sin bajar del coche, a que dejara de tener sentido hablar de cosas que ya no existían, a suponer cómo iba a funcionar lo nuestro sin nosotros, y vino el fin. Vino el fin cuando tu certidumbre metódica se acercó a poner un punto a todo lo casto que habitaba en mi cabeza, tan ingenuos nosotros, pensamos que si ignorábamos la tormenta no nos salpicaría en las manos. 
Cómo explicarte hoy que el amor es otra cosa, más bien una suave aceptación de la nostalgia que se cura con soledad. Es elegir librar mil batallas con los ojos cerrados y una pistola de juguete, sabiendo que el de las balas de verdad sos vos y que dibujaste los agujeros en mi costado, intentando cubrirlos con una tirita. Siempre tan etéreo, como si te estuviera imaginando, como si no terminaras de estar del todo en este lado de la cama. Sé que tuviste una charla con la vida para que nos pasara volando y, ya sabés, de repente 19, de repente 21, y entonces te veo a vos, el de los 20 años, y me duele el corazón. 
Yo hubiera querido protegerte de todo, aunque nunca pude salvarte de mí. Hubiera querido librarte del dolor, de la tristeza, curarte cuando te rasparas las rodillas, besarte las manos cuando tuvieras frío. Hubiera querido que no conocieras el miedo, que nunca tuvieras que perder a nadie, que la lluvia jamás te mojara, que el sol no quemara tu piel, que jamás tuvieras que pronunciar un "perdón". Hubiera querido que no te equivocaras, que tu vida estuviera repleta de aciertos y decisiones adecuadas, que no conocieras el significado de arrepentirse por una acción. Hubiera querido tantas cosas. Poder decirte que no estabas solo, que el día que te faltara un "te quiero" supieras que el mío se formulaba para vos, indiscutiblemente. Pero no podré salvarte de esta pena que siento porque jamás vayas a conocer otro amor tan puro, y nadie podrá salvarte cuando te des cuenta de tus errores y venga el arrepentimiento, y venga el "perdón" que aprendiste a decir a mi lado. Nadie podrá salvarte cuando estés empapado de lluvia y dolor, cuando sientas miedo, cuando me hayas perdido, cuando tengas frío en las manos y escuches esa canción que es tan triste que nos raspa las rodillas. Entonces nadie podrá salvarte de la pregunta que llevo meses construyendo entre nosotros, como un muro que intenta caerse sin derribar Berlín... Cómo fuiste capaz de decir que me querías.