jueves, 29 de enero de 2015

Y al fin recomenzamos.

Tenemos que dejar de tomar decisiones tan definitivas, como que sea primero de enero y te quiera más que a nada que hubiera imaginado. Como que sea tal vez otro año, uno mucho antes de cualquier beso, uno mucho después de cualquier manera de amarte. Pero esta idea imperial y casi siniestra de poder, al fin, matarte, me ha convertido en esa nefelibata por la que suplicabas cuando tenías diecinueve y yo casi cumplía dos años más porque te quería y porque necesitaba ser la que sostuviera tus manos cuando las tuvieras frías. Me sacaste las ganas de estar con quien más me gustaba, te llevaste todo cuando hiciste que apareciera yo en la calmada vida de ellos a decir que vos bla bla bla después de estos años, de guerras contra mí misma, contra mí por vos, para que al final no estés conmigo. 

Si aún hubiera algo de humano en vos tal vez pudiera contarte que cuando cruzo el umbral de nuestra puerta todo pareciera invadido por un olor a antes que podría arreglar el mundo haciendo lo mejor para nosotros, queriéndonos juntos. Pero es cierto, quizás fui yo lo que se llevó todo eso tan real que te componía y que me hizo veinticuatro meses mayor cada vez que me besaste y menor cuando te marchabas por la ventana, como un ladrón ya un poco mustio, como un león ya sin melena. 

Me dijeron que poco a poco iría abandonando mi estado de inadmisión, que un día preferiría estar en el fondo de un río que en tu cama, que hallaría otras manos frías congestionadas de calma, que se nos secaría el agua de los zapatos y nos concederían un indulto y unos mates, que vienen a ser lo mismo. Y que después ya no dolía más. Que paraba de resonar estruendoso ese silencio tuyo tan resentido, que los hombres dejaban de oler tanto a vos, que los gatos cesaban en bufar como lo hacías -como te habían enseñado-, que volvíamos por separado del lugar lejano al que habíamos ido a recomenzar -y al fin recomenzamos-, que la libertad que se me escapó entre los dedos regresaba. Que te decía adiós y era tan breve que duraba más que un milagro, que se evaporaba tu habilidad para herirme. Y entonces ya no dolía.

lunes, 26 de enero de 2015

El génesis.

Hablábamos ya de cosas tan superfluas como de querernos tanto, como si un tsunami de costumbre nos hubiera arrastrado de escombro a escombro por nuestras propias paredes y de repente estuviéramos más allá de cualquier cosa, de lo bueno, de lo malo, del amor. Sentí a la noche aplastarme aunque no pudiera verla, aunque realmente brillara el sol ahí fuera. Tuve que programar una alarma para echarte de menos dos veces al día, por la mañana y por la tarde, y otra que me recordara que nunca debía dejar de pensar en vos. 

Todavía no existe espacio suficiente para poder explicarte, pero extraño de una forma casi abominable tus bufidos de gato resoplando en mi cuello y mis costillas. Extraño de vos todas esas cosas que no te pertenecían, ese caramelo envenenado de tus labios que cada vez que lo comía adquiría un sabor cambiante, tus manos suaves que todo lo tocaban, esa ansia de fuga, una voz que me hablaba desde lugares muertos. 

Ahora que estamos tan distintos, tan inútiles, vos tenés más que nunca ese encanto preadamita extinto en cualquier otro hombre y construiste tu imperio en mi cuerpo, pacificándome, prefiriéndome, pasando tu lengua intrépida de faraón por mis alrededores, como una operación consecutiva. No tuvimos que preocuparnos por nada, sabías que el desamor me llegaría y te mantuviste a la espera, como una hiena acechando a un niño, casi como un milagro, y yo, a veces temblorosa, a veces indomable, te dije que este inexplicable misterio central de quererte con tanto desespero y al mismo tiempo olvidarte, en ocasiones se explicaba como la sencilla pasión de encontrarme a mí misma observando la secuencia de vos, tumbado, fumando. 

Estábamos un poco lejos pero nos seguíamos queriendo, en otras grandes ciudades ocurría igual, uno nunca sabía en qué esquina, qué bar, qué mirada, pero pasaba. Y se queda. Como todo lo que pasa y que se queda, como el tiempo, que no está de paso. Porque nos está ocurriendo. Y cuando lo que ocurre es el amor, pasa, y es como un indulto, como un punto y aparte. Y el desamor en el siguiente párrafo. Y yo quería que entendieras, te juro que quería hacerte entender que se estaba gestando el momento de saldar todas mis deudas con vos, que quería devolverte la paz en las manos, la calma, los besos, el remanso del que me hiciste huésped, la absoluta colonización de mi cuerpo, la devastación de todo lo casto que habitaba mi cerebro, la conversión en tétrico de cualquier atisbo de inocencia que besaste en mis caderas. Y tuve que devolverme entera. 

martes, 13 de enero de 2015

Sin noticias del cachorro de la clase alta de Manhattan.

He enarbolado en mi jardín un estandarte de indiferencia pero estoy desorientada, para no perder la costumbre, como cuando se cambia la ruta que lleva a casa sin saber muy bien por qué. Yo, que creía haber esquivado una bala con vos, me he dado cuenta a medio camino que estaba herida, que la sangre salía a borbotones por tres agujeros distintos de mi pecho y estás ahí, impasible. Te desplazaste sigiloso por mi vida, tan reptil, que colonizaste con tu lengua bífida mi cuerpo índico. Ojalá hubieras sentido algo antes de herir, antes de los disparos, del bombardeo, antes de todas las granadas que colocaste entre tu coche y mi puerta. 

Te conté que odiaba el verano, el calor y la playa, pero que sabía la hora y el sitio exacto en el que tenía que sentarme para que me iluminara el rostro ese rectángulo solar que se colaba por mi ventana. Te conté que, después de estar tanto tiempo bajo una desolación trasmutada, había descubierto, por fin, que todo lo que anhelaba era un tocadiscos para escuchar a David Bowie y a Nick Cave mientras bailaba en bragas por el salón de casa. Que quería escribir, fumar y tomar whisky como una Jessica Lange cualquiera, con la mirada perdida pero el corazón muy seguro de quererte a vos hasta el último momento e incluso el que viniera después. Te dije que ya no había piedad para un joven cachorro de la clase alta de Manhattan, que si pestañeabas muy rápido teníamos diecisiete de nuevo y me sobrarían dos años para contarte algo importante. Que cuando te miraba a los ojos sabía quién era yo. 

No imaginás la de cosas que te puedo contar cuando parece que no me estás escuchando, cuando me pregunto por qué no te disfruté entero, por qué no acaricié con calma hasta tus párpados para tener en el futuro al menos ese recuerdo nítido, vívido, de que fui más tuya y de tus besos que me hablan de que todo está bien mientras tus gafas de pasta me estudian desde el rincón y tu ceño se frunce porque no entendés por qué me gusta esta canción si es tan triste que nos hace infinitos, que de lo que pude pertenecer a alguien alguna vez. 

Aún hoy me preguntan si hay noticias tuyas, y yo, que sigo sin tenerlas, como la linda y eterna mujer que espera que alguien vuelva de la guerra, digo que ya me cansé de hablar con vos pero tampoco quiero ir a dormir porque no soportaría olvidar todas las cosas que me dijiste casi sin darte cuenta, mientras veíamos descorrerse el velo que oscurecía el cielo.

miércoles, 7 de enero de 2015

Sos capaz de controlar el ruido que hacen las cosas al romperse.

Hoy a mi isla le faltás vos. Vos con esa especie de oscuridad inmóvil y casi táctil que dibujabas a los días. Faltás vos cuando pienso que capaz puedo estar siendo un poco feliz, pero al final no. Cuando "te quiero" significaba que eras todo lo que podía salvarme, una promesa que no iba a traicionar. Y sin sentirlo, todas las marcas de mi cuerpo se borrarán como por arte tuya, y ya no tendré cómo acordarme de vos y tu respiración en mi pecho. Ya no podré recordarnos estando frente a frente hasta que uno abría los ojos y yo, por fin, te encontraba. 

Quisiera entregarte en las manos toda la calma que serviste en mi mesa, porque antes de vos había tanto bullicio y tanta gente queriendo que sus ideas quedaran por encima de las demás, que ya no podía escuchar quién era yo y qué quería decir amar verdaderamente a alguien. Hasta que una noche estival que acariciaba ese verano... Vos y tu pasar las yemas de los dedos desde mi frente hasta mi boca, vos y el calor de tu espalda, y mi sumergirme en tu corazón y mi dormitar en tus brazos. Vos y dejarme ser, rendida a ese milagro de cerveza y pericia, escondida de la mañana entre tu pecho y tu ombligo. Y entonces el bullicio se apaga, se escapa de tus manos de hombre, sólo queda el perfume de la locura que percibo en tu piel, tus ojos, tu lengua sucumbiendo a la mía, libre de vos pero no de mí. 

No importan las derrotas o el caos anteriores, nunca nos importó todo eso que no sabíamos cómo decirnos, porque nos buscábamos con una inercia amurallada, para no perder la costumbre, pacificándonos, prefiriéndonos. Pero vos sos capaz de controlar el ruido que hacen las cosas al romperse, siempre listo para el final, para la extinción, porque sos así, sos "mañana nunca se sabe", y si descuido tu presencia me devolvés una indiferencia diabólica que me raspa las rodillas, como tu barba en mi costado, como tu amor crudo.