martes, 28 de octubre de 2014

✨un día que me obligué a quererte pero no te echaba de menos✨ (201)

Toda transición de ese paupérrimo silencio nos había dejado como nauseabundos embajadores de una paz en la que no creíamos y de la que siempre habíamos sido huérfanos. Nos dejábamos llevar por un estado de confusión, fruto de la vigilia de mil noches en las que quise creerte, te juro que quise y fue en vano. 

¿Qué nombre ponerle a ese nudo que se había instalado entre mis pulmones y mis costillas?, porque las mariposas me parecían algo muy hermoso como para condenarlas así y la congoja se me hacía algo muy truculento como para sentenciar que era la que pilotaba esta nave. No pudimos dejar de lastimarnos, es cierto, y se convirtió casi en nuestra mejor Epifanía esa idea, tan pura y a la vez tan vaga, de pretender obligarnos a seguir, aún cuando se había dado la última vuelta de tuerca. 

Te vi volver y hablarme desde muy lejos, sin avisarme siquiera un poco temprano para prepararme el discurso de que sabía lo que era el amor y que había llorado mares por uno en concreto. Pero lo cierto era que no tenía idea de cuáles eran los fundamentos para amar y apropiarse de alguien como quien ancla sus barcos en la costa más virgen y decide ponerle su nombre y extinguir a toda una raza porque su Dios le dijo que estaba por encima de cualquier destierro. Como quien te envuelve en su abrazo acariciando tu cara y te mira a los ojos sabiendo que te está mintiendo, como quien enlaza tus manos con las suyas y se aparta de tu boca justo en el instante anterior al beso. 

lunes, 20 de octubre de 2014

✨un día que llovió✨

¿Te acordás de todo eso que dije cien mañanas para poder seguir? 
Que iba a conseguirlo, por huevos. 
Y sé que pude olvidarte,  
pero es que te echo tanto de menos que hay algunas noches en las que quiero volver.
Volver a pensar que se me acaba la vida en el momento mismo en que te marches. 
Y que se me acabe. 

Ya dejé de contar las veces que te vi bailando, que te vi fumando, bebiendo, soñando. 
Ya no quiero saber cuántas noches, cuántas charlas, cuántas miradas de "para pero, por favor, sigue". 
Estoy bien, estamos a salvo. 
No hay nada que decir 
pero escribo sobre lo que ya se escribió cien veces, 
para que no te me borres. 
Tus ojos son mar en el que me estoy congelando 
y ellos tan así, impasibles. 
Te estoy queriendo como si pudiera, 
como si realmente existiera la forma de recomponer a alguien. 
Y, si existe esa forma, seguramente sea la tuya. ✨

jueves, 16 de octubre de 2014

La poesía empieza y termina en el vértice de tu cuerpo

El último adiós de últimos adioses. 
La nota de suicidio por la que suplicabas. 
El cumplimiento de tu deseo "no quiero que estés triste". 
El fin de mi final, la despedida de las musas. 
Y vos estás ahí, con tu belleza galáctica de siempre. 
Ya no sé cómo seguir ignorando que sólo escribo si se trata de tu nombre, 
que la poesía empieza y termina en el vértice de tu cuerpo, 
y yo me despliego en tres ángulos inconclusos que nunca me llevan hasta vos. 
Soy aguda, soy recta, soy obtusa en el vértice cero. 
No soy nada. 

Me mirás con ese ápice de ternura 
por lo que queda de lo que no tuvimos 
pero ya no sé dónde esconder tanta ausencia de vos en este entierro 
e intento gritar que todo lo que trasciende tu piel 
es el comienzo de la mía y te estás yendo, ergo dejo de existir. 
Quiero parar de hacerlo, no contestar a las preguntas:
dónde estás; con quién; en qué esquina; qué bar; qué plaza; qué tal las clases. 
Así puede que deje de ser algo vivo de algún modo ante los ojos de la gente. 
Porque quiero desaparecer de este mundo en el que no te tengo, 
quiero dejar de vivir la vida en la que me faltes 
y en la que no vaya a alejarse de mí la tarde en la que necesite llamarte para contarte mi secreto, 
que te voy a estar echando de menos 
hasta en el lugar más recóndito del universo (quédate)
y que vos vas a seguir tan ajeno. 

Todo lo que te compone y pude acariciar con las yemas de mis dedos deja de pertenecerme 
y no van a ser suficientes mi vida y las de otros mil más
para aprender a convivir con eso. 
Estoy asistiendo al funeral de todas mis células 
cargando sus cuerpos por las calles del lugar que nos vio en nuestra máxima gloria. 
Aún hoy permanezco convencida 
de que no hubo nada más sencillo para vos 
que hacer un atentado con todo lo casto que encontraste en mi cerebro, 
y fue la interrupción de esta ingenuidad mía 
la que dibujó un punto final sobre nuestras cabezas. 
Fuiste la única decisión que pude tomar por mí misma, 
una y un millón de veces 
y todavía hay noches en las que veo tu silueta correr para reprocharme no haberlo hecho un par de veces más, 
como si fueran culpa mía todos los desequilibrios de los que estás hecho, 
como si fuera culpa mía que no te hayas enamorado nunca. 

Me dejé caer quién sabe cuántas veces como una peregrina a tu infierno, 
lo de hacerme ganar era todo una broma, 
como ese cariño tuyo, tan inducido que da risa. 
Dejá de mirarme con ese desconsuelo, 
aniquilá este amor que no sabés sentir, 
que no podés entender, 
que no hace más que devastar a la niña que se agazapa ante tus labios 
porque algún día supo ser fiera. 
Dejá de lastimar, de no saber pedir perdón, 
de no poder sostenerme con tu espalda. 
Te metiste en el otoño contagiándome de tanta tristeza 
que fue capaz de rasparme las rodillas.

viernes, 10 de octubre de 2014

Todo lo que trasciende tu piel

Iba sabiendo hacía mil noches que me estaba faltando algo que no podía ubicar. 
Quise entender qué había perdido, 
comentaba que extrañaba una sensación y no sabía cuál. 
Las mañanas seguían huérfanas de paz 
hasta que me topé con esa infinita sonrisa, todo muy muy normal. 
Y eras vos. 
Eso que no podía encontrar ni en el más profundo infierno 
eran unos ojos que me miraran como los tuyos. 
Una mueca de lado, un caminar despistado, 
un pelo con menos rumbo que vos. 
Era eso. 
Lo que tantas noches pareció el mayor enigma jamás escrito, 
sólo era una mirada posándose en cada letra de mi nombre. 
Y ya no recuerdo en qué esquina, qué palabras, qué lugar. 
Pero éramos nosotros elevándonos por encima de cualquier destierro. 
Izando banderas blancas para poner fin a nuestras guerras negras. 
Menos mal que era invierno y teníamos un poco de nieve en las botas.

Todo lo que trasciende tu piel 
coloniza ese porcentaje inútil de mi cerebro 
y me da ansias de saber, 
de saberte mío, 
porque me hacés sentir intrépida 
aun cuando soy poco más que problemas y miedos, 
y tu sonrisa me dice que tenés la solución para todos los misterios del mundo, 
incluso para mi oscuridad. 
No me reprendas más, 
no me hagas pensar más en los errores que voy a volver a cometer, 
disfrutemos de esta noche que podemos pasar juntos, 
uno nunca sabe si va a ser la última y, 
total, el futuro siempre será lejano hasta que nos alcance. 

Si hacés silencio, 
todavía puedo escuchar tus zapatos italianos dibujando una ruta de adiós,
y para mí aún seguís sentado en el último lugar que te vi, 
como si ese autobús nunca encontrara su destino hasta que yo te vuelvo a ver, 
como si tu vida se pausara tras mi último beso. 
Yo te tengo y te pierdo, todo a un tiempo. 
Me llenás de confusiones que hacen que haya dejado de decir nada 
después de haber hablado de tu cabello y tus andares. 
Tu luz intermitente ya no me mueve un pelo, 
pero es verdad que me desarmaste por completo 
y ya no puedo recordar cómo se escribía otro nombre. 
Me prestás tanta calma que en un abrazo llenás mis manos de paz, 
ponés dos mariposas sobre mis párpados 
y veinte años de madurez sobre mis hombros. 

jueves, 2 de octubre de 2014

Tu inocencia de fauno.

Te me vas partiendo en dos y yo me desarmo de a mil.
Te estás partiendo. Estás de partida.
Y una tarde de cualquier domingo de cervezas, ya no estás.
E intento encontrar los pedazos de nosotros, 
te busco bajo los escombros y levanto bloques de cemento.
No sé de dónde estoy sacando la fuerza para descubrirte
pero te me estás ahogando y yo tengo que explicarte 
que te doy el oxígeno que te hace falta,
que te doy el mío y me quedo sin él.
Que me muero, me muero por salvarte y lo hago,
porque quiero morir mil veces antes que matarte.
Porque quiero ahogarme mil veces antes que abandonarte.
Porque elijo morir de amor y no de amarte. Y no de vos.
Y no de nosotros, los de antes.

Me dije a mí misma que estabas como volviendo
y que jamás hablaría de esas cosas con halos tan siniestros,
pero esta ausencia de pánico no podrá nublar nunca la idea 
de que te debo muchas cosas
y se va gestando el momento de empezar a saldarlas.
Ese encanto un poco prestado que tenés,
con tu inocencia de fauno y todos los puntos finales
que componen tu silueta 
no son más que la primera parada en esa estación
donde empezamos a bifurcarnos,
ahí donde la muerte se hizo tan real y tangible.
Está llegando el fin, o algo parecido
y todavía no tengo claro cómo se pronuncia tu nombre.

Aún no pude explicar eso de tu belleza galáctica
pero te estalló en las manos la explosión enloquecida de mi amor por vos
y todavía hoy me pesa la culpa de haberte desfigurado.
Las marcas de mis aguijones te están pasando factura
y no puedo lastimarte, aunque quiera.
Y no podés odiarme, aunque haya dejado 
los mil pedazos de mí en el intento.