jueves, 2 de octubre de 2014

Tu inocencia de fauno.

Te me vas partiendo en dos y yo me desarmo de a mil.
Te estás partiendo. Estás de partida.
Y una tarde de cualquier domingo de cervezas, ya no estás.
E intento encontrar los pedazos de nosotros, 
te busco bajo los escombros y levanto bloques de cemento.
No sé de dónde estoy sacando la fuerza para descubrirte
pero te me estás ahogando y yo tengo que explicarte 
que te doy el oxígeno que te hace falta,
que te doy el mío y me quedo sin él.
Que me muero, me muero por salvarte y lo hago,
porque quiero morir mil veces antes que matarte.
Porque quiero ahogarme mil veces antes que abandonarte.
Porque elijo morir de amor y no de amarte. Y no de vos.
Y no de nosotros, los de antes.

Me dije a mí misma que estabas como volviendo
y que jamás hablaría de esas cosas con halos tan siniestros,
pero esta ausencia de pánico no podrá nublar nunca la idea 
de que te debo muchas cosas
y se va gestando el momento de empezar a saldarlas.
Ese encanto un poco prestado que tenés,
con tu inocencia de fauno y todos los puntos finales
que componen tu silueta 
no son más que la primera parada en esa estación
donde empezamos a bifurcarnos,
ahí donde la muerte se hizo tan real y tangible.
Está llegando el fin, o algo parecido
y todavía no tengo claro cómo se pronuncia tu nombre.

Aún no pude explicar eso de tu belleza galáctica
pero te estalló en las manos la explosión enloquecida de mi amor por vos
y todavía hoy me pesa la culpa de haberte desfigurado.
Las marcas de mis aguijones te están pasando factura
y no puedo lastimarte, aunque quiera.
Y no podés odiarme, aunque haya dejado 
los mil pedazos de mí en el intento.


No hay comentarios:

Publicar un comentario