domingo, 1 de marzo de 2015

Una suave aceptación de la nostalgia que se cura con soledad.

Pintaste un río de tristeza dulce entre mis piernas y tus piernas, creando una distancia que me pensaste capaz de soportar y vino el fin. Sobreviví a que otras tocaran tu piel y a tu saludo distante sin bajar del coche, a que dejara de tener sentido hablar de cosas que ya no existían, a suponer cómo iba a funcionar lo nuestro sin nosotros, y vino el fin. Vino el fin cuando tu certidumbre metódica se acercó a poner un punto a todo lo casto que habitaba en mi cabeza, tan ingenuos nosotros, pensamos que si ignorábamos la tormenta no nos salpicaría en las manos. 
Cómo explicarte hoy que el amor es otra cosa, más bien una suave aceptación de la nostalgia que se cura con soledad. Es elegir librar mil batallas con los ojos cerrados y una pistola de juguete, sabiendo que el de las balas de verdad sos vos y que dibujaste los agujeros en mi costado, intentando cubrirlos con una tirita. Siempre tan etéreo, como si te estuviera imaginando, como si no terminaras de estar del todo en este lado de la cama. Sé que tuviste una charla con la vida para que nos pasara volando y, ya sabés, de repente 19, de repente 21, y entonces te veo a vos, el de los 20 años, y me duele el corazón. 
Yo hubiera querido protegerte de todo, aunque nunca pude salvarte de mí. Hubiera querido librarte del dolor, de la tristeza, curarte cuando te rasparas las rodillas, besarte las manos cuando tuvieras frío. Hubiera querido que no conocieras el miedo, que nunca tuvieras que perder a nadie, que la lluvia jamás te mojara, que el sol no quemara tu piel, que jamás tuvieras que pronunciar un "perdón". Hubiera querido que no te equivocaras, que tu vida estuviera repleta de aciertos y decisiones adecuadas, que no conocieras el significado de arrepentirse por una acción. Hubiera querido tantas cosas. Poder decirte que no estabas solo, que el día que te faltara un "te quiero" supieras que el mío se formulaba para vos, indiscutiblemente. Pero no podré salvarte de esta pena que siento porque jamás vayas a conocer otro amor tan puro, y nadie podrá salvarte cuando te des cuenta de tus errores y venga el arrepentimiento, y venga el "perdón" que aprendiste a decir a mi lado. Nadie podrá salvarte cuando estés empapado de lluvia y dolor, cuando sientas miedo, cuando me hayas perdido, cuando tengas frío en las manos y escuches esa canción que es tan triste que nos raspa las rodillas. Entonces nadie podrá salvarte de la pregunta que llevo meses construyendo entre nosotros, como un muro que intenta caerse sin derribar Berlín... Cómo fuiste capaz de decir que me querías.

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