Cuestionaste todas mis fobias y les dibujaste un punto final. Viniste a hacerme de nuevo la niña intrépida que un día fui, la que subía a las hormigas a las yemas de sus dedos, la que amaba y leía a partes iguales. Construiste una ruta de adiós entre todo lo sagrado de mi cuerpo y tu mente corrupta y aún hoy me pregunto cómo es que el mundo sigue girando y vos siempre vas un paso por delante. Cómo es que viniste a encallar en mi costa sin dejar de estar ni un instante por encima de lo humano y lo divino.
No quisiera que se presentara como un cataclismo inminente la inane idea de que te debo muchas cosas y de que alguno de estos días se gestará el momento de empezar a saldarlas, esto último no tenés que saberlo. Con tu frialdad quirúrgica y tu ternura de centauro nos hiciste portadores de una simbiosis casi áulica, siempre diciendo que mi delicadeza te partía literalmente el alma, a vos, que creías estar vacunado contra esto, se te vino a encallar el barco en mi costa.
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