martes, 30 de diciembre de 2014

Uno de los dos tenía que estar enamorado y escribiéndole al otro.

Tengo cuatro heridas abiertas. Me desangro por cada esquina y me invade el miedo al ver que nunca seré capaz de perdonar para sanarme. Y sé que vos pensás que no hay nada por lo que disculparte y está bien, tenés razón, pero yo no puedo gobernar en que tu bala perdida haya ido a parar al medio de mi frente. 

Quisiera hacer esto, lo de quererte tanto, de forma madura, pero nunca he llevado más relaciones con hombres que la que tengo con papá, y esa se basa en la total y plena inmadurez de una nena ingenua y caprichosa. Por eso a vos te tocó cargar con todos mis berrinches y llantos, con mis gritos, con venir a consolarme cuando me sentaba a reclamar tu atención en medio de la calle, y me arrepiento tanto. Me arrepiento de no haber sido nunca la mujer adulta que tiene que darte la mano y me arrastro un cuchillo desde el pecho hasta el estómago porque sé que estoy muy lejos de serlo, porque yo ya soy, y no soy exactamente la que querés que sea, soy esto, una dulce niña estival, un poco castigada, con una paz austera, un ser colérico e impulsivo, con arrebatos de persona grande cuando intento convencerte de que sabré comportarme, pero me cuesta, y eso es así, entre otras cosas, porque nunca tuve la necesidad de comportarme, porque nunca quise a nadie de verdad, porque jamás me hizo falta hacer introspección mirando a los ojos de otro, a los tuyos. 

Soy un poema perfecto teniendo que salir del país para olvidarte, no importa que pase seis meses sin prenderme como un koala a tus hombros, me veo muy ahogada en esta isla que compartimos y muy rodeada de gente que me recordará a vos aunque vaya dando brincos por las diecisiete Comunidades. Quiero irme, quiero alejarme de todo, quiero no hallar ni un instante de consuelo en tu mirada, en saber que estás cerca de alguna manera. Quiero hacer que sea real en mi cabeza lo imposible de cambiarte, porque sé que no quiero hacerlo. Porque si estoy lejos se extinguirá el miedo a encontrarte en el fondo de una fiesta, a cruzarte en la calle de la mano con otra, a verte y sentirte tan ajeno. Si estoy lejos la pesadilla habrá terminado, lo de mirarte y mirarte y, con la certeza que sé que un día he de morir, saber que te quería más que a cualquier cosa que hubiera imaginado.

No debí decirte que se me disipaban las dudas y que sabía justamente quién era yo cuando alcanzaba estar en paz con tu vientre y tu ombligo, porque era cierto. Porque yo, tan consumista y banal, a veces era la más feliz comiendo un sandwich de mermelada. Y vas a ser siempre ese sandwich.

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