martes, 2 de septiembre de 2014

Mortales

Intenté escribirte.
Espero que algún día puedas perdonar
que haya querido que el mundo entero supiera
cómo te cae el flequillo sobre la frente
cuando acabamos la noche agotados de bailar.
Espero que sepas entender
que no haya podido privar al mundo de tus grandes ojos que se están por terminar,
de tus manos suaves que pasean sus yemas por mis piernas
y no saben cuándo ni cómo parar.
Sé que podrás perdonar.
En una de esas tantas noches te hablé de los siete pecados capitales
y de que yo quería librarme, al menos, del egoísmo,
por eso lo tuve que contar.
Tuve que contar cómo se despliegan tus labios al despertar de la siesta,
cómo pasás el brazo por encima de la rodilla cuando cruzás las piernas,
cómo mirás al amor a los ojos y lo esquivás.
Tuve que contar cómo se me cae el mundo al suelo
si de madrugada no te escucho respirar,
cómo duermo del lado de fuera de la cama
porque mi cuerpo aún no se acostumbra a que no estés en mi mitad.
Tuve que hablar de esa forma tan tuya de vivir, de reír, de amar.
Y tuve que decir tantas cosas para no decirte nada a vos,
no fue fácil imaginar mil cervezas y sus historias,
recordar cada tarde de sofá, cada pizza, cada cena,
cada prenda que dejamos caer a los pies de las cien veces que nos quisimos lastimar.
Tuve que hablar cada día de vos
porque no podía dejarte marchar,
estaba prohibido permitirme olvidar,
estaba prohibido avanzar.
Y ahora soy más tuya de lo que nadie va a serlo jamás,
hoy me acuesto a tu vera para explicarte por qué te tuve que matar
con mi respiración caliente empapando tu cuerpo que yace frío,
que yace muerto.
Que yace, mío, ahora para siempre.

No hay comentarios:

Publicar un comentario