sábado, 30 de agosto de 2014

Soledades

Ya hace bastante tiempo desde la última vez que estuviste acá.
Y con acá no me refiero a mi cama,
ni a la cocina o al desván.
Quiero decir acá, a mi vera,
en mi cabeza, en mis sueños, en mis mañanas.
Y te extraño a ratos, cuando no tengo nadie más para extrañar,
cuando ya no sé a quién escribir y se me olvida cómo.
Cuando suena tu canción o echan una de Tarantino.
Cuando te vuelvo a ver y me acuerdo,
me acuerdo de todo,
de que ya no estás y te quiero.
Es ahí, en el momento en el que pienso que estoy en paz,
que por fin pusimos un punto a nuestras guerras negras,
cuando estoy casi convencida de poder volver a amar de ese modo,
a extrañar y a sentir el dolor que traspasa todo y se hace físico cuando alguien se va y es para siempre...
Es ahí cuando volvés, cuando te traigo.
Y caigo en la cuenta.
Siempre vas a ser mi talón de Aquiles.
El único, el primero, el último, el mío, el de todas.
Y se me forma un nudo en la garganta
y siento que me queman las entrañas
y hablo apretando los dientes para decirte que te odio por haberme hecho de esta manera,
por haberme cambiado,
por haberme devastado, fulminado, fusilado.
Por haber pasado por encima de mi cuerpo tantas veces como quisiste
y después haberme escondido en el maletero de tu coche y haberme tirado en una cuneta.
Me abandonaste, me dejaste sola en las ciento nueve noches que más te necesité.
Y sabías que yo tenía miedo a apagar las luces y que todo fuera oscuridad,
a cerrar la puerta y que todo fuera soledad.
Pero no te importó dejarme,
te dio igual escucharme llorar como una niña asustada y sin consuelo
al otro lado de la pared que levantamos juntos.

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