lunes, 11 de agosto de 2014

Regresares

 Ha pasado mucho tiempo. Te ha crecido tanto el pelo desde la última vez que te vi. Todo ha cambiado en estos últimos meses, o al menos yo he cambiado y eso hace que las cosas parezcan distintas. Estoy más tranquila, ¿sabés? Las ganas de venganza, la terquedad, el egoísmo han ido en caída libre. Las emociones negativas que se despertaban al tenerte, los celos, la rabia, la frustración; desvanecidas. Y han dado lugar a la paz y la armonía. Ya no insisto en lo que hace daño, te hago caso al rodearme de gente tan distinta a vos, pero no voy a mentirte diciendo que no te extraño.

La hecatombe de cosas que nunca había sentido nos dejó en un estado tan lúgubre que no podíamos volver. Sabés mejor que nadie que lo correcto era separarnos, hicimos bien. No te culpes. Yo no lo hago. Éramos seres oscuros, teníamos maldad dentro y nos estaba consumiendo a los dos, queríamos herirnos, queríamos arrancarnos la piel a mordiscos, quemarnos, darnos besos de cianuro. Nos queríamos matar. Nos queríamos a matar. Ahora nos vemos después de tanta calma y sabemos que fue un tratamiento express para vos y para mí, estamos un poco demacrados tras esta recuperación, y sí, yo también tengo el pelo más largo desde la última vez que me viste, y los labios más secos y la piel más bonita y no me mires así, tenés razón, los ojos enormes. Y te miran fijo, te miro como si nunca hubiera dejado de observarte. Qué linda te queda la barba, pero para la cena de hoy mejor andá a afeitarte, a mamá no le gustás así en las ocasiones especiales. Qué grande estás, tenés la espalda más ancha que antes. Es cierto, qué bien nos ha sentado la distancia, qué sano no haberte oído reír en los meses que me moría por dentro.

Pasame tus sermones por los labios y también la lengua, que vos sabés que yo te dejo hacer, te dejo ser lo que te parezca. Alguna vez estuvimos tan lejos que el universo se dislocaba, en esos momentos todo era tan táctil que creí poder escapar de este entierro. Nunca más van a volver a encajar nuestras piezas, no es culpa de nadie, pero ya no consigo recordar si vos me volvías abstracta o si yo te hacía a vos de carne y hueso. Aún hoy leo cosas que parece mentira que se hayan escrito, pero las escribí yo, todas para vos, te las entregaba de rodillas en una bandeja de plata.

Nada es igual, te lo prometo, ya no escribo poesía. Ya no hay versos, ni libres ni encarcelados ni asfixiados ni poseídos, ya no hay nada. Hay esto que sólo vos sos capaz de entender, devastación pura. Construí una armadura con las chapitas de las latas de cerveza que tomamos una noche, no recuerdo cuál, pero fue una. Por eso pude volver. Por eso es que estoy aquí, sentada así de cerca de tu frente, tocándote la palma de las manos con las yemas de mis dedos, pasando mis piernas por encima de las tuyas, atrayendo tu cuerpo hacia el mío, mezclando el vaho que desprende tu boca conmigo, acariciando tus mejillas con la punta de mi nariz, posando la mirada en las comisuras de tus labios, sintiendo nuestras respiraciones agitadas, nuestros corazones desprendidos de su caja, nuestra ropa desprendida de nosotros, nuestro orgullo cayendo a los pies de la cama, nuestros cuerpos desfalleciendo sobre ella y yo sobre vos y vos debajo de mí y el alma olvidada en cualquier rincón y al amor le cerramos la puerta para que esperara fuera a que acabáramos de no amarnos para después fumar un último cigarro a caladas compartidas, a versos que ya no calan, a canciones que no parecen las mismas, a un ritmo que ya perdimos, a nosotros que somos nadie.

Sí, definitivamente todo ha cambiado, excepto mi manera de quererte.

No hay comentarios:

Publicar un comentario