viernes, 8 de agosto de 2014

Andares

Te pregunté que si estando frente al mar tenia que ir hacia la izquierda o la derecha. Contestaste que hacia dónde iría cuando se me acabaran esos océanos de los que tanto me gustaba hablar. Me cuestionaba constantemente en qué punto se había perdido el origen de deseo y ganas en el que habíamos nacido y me gritaste que era incapaz de recuperarlo, o recuperarnos.
No supe dónde empezábamos ni cómo quería terminar con vos, o tenía demasiado claro que no quería finalizarlo nunca. Te interrogué en sueños sobre cómo había llegado a ese punto de perdición, cuando yo siempre iba un paso por delante, mientras vos me observabas con esa juventud tuya tan repleta de ganas de vivir y tan desde el fondo de tu alma enamorada del pasado.
Te advertí que ni todas las dioptrías del mundo me impedirían verte y así fue. Me encontraba frente a millones de reflejos de lo mismo e inquiriéndome cómo era que en un momento me había hecho tan feliz verte y cómo pude pasar tantas horas viendo desfilar a personas que no tenían cara, esperando que tu barba salvadora me rozara de nuevo las mejillas.
Estaba pensando cómo explicarte que habían cosas que dolían y cosas que mataban. Que ver algo tuyo me había hecho daño y me había herido en el alma, pero ver cosas de la única persona a la que había amado sencillamente acabó conmigo, que no hubo dolor ni cicatrices, ni arañazos, sólo el vacío infinito que se siente cuando se muere un ser querido, y ese vacío se me quedó dentro porque me fui yo. Con él.
Trataba de entender cómo era posible sentir tantos celos y miedo del pasado, pero me llenaba de oscuridades el pensar que la amaras a ella tanto como yo lo amaba a él, aunque te quisiera, aunque te deseara, aunque necesitara pasar las yemas de mis dedos por tu espalda blanca, ante mis ojos nunca ibas a ser él. Esa tarde contabilicé doscientas setenta y tres barbas pero ninguna ocultaba tu boca pequeña que me llenó de besos y, a ratos, de esperanza.

No hay comentarios:

Publicar un comentario