miércoles, 30 de julio de 2014

Bifurcaciones en prosa

Quería tocar la puerta de tu casa e inmolarme después del último beso. Te decía que no era necesario que inventaras excusas cuando lo único que querías era alejarte de mí para correr hacia el pasado, el mismo del que yo huía cuando me paraste de golpe y te posaste en mi frente. Pero no tenía sentido que te hablara de dejar las mentiras piadosas de lado, cuando llenaste mi nariz de besos repletos de un amor inventado que no hizo más que dejarme cubierto el tope de noches funestas. Sabías que en realidad todo lo que podías hacer era mirarme ocho segundos a los ojos y así podría creer que me querías, aunque solo me quisieras ese momento. Pero no pudiste más que cerrarme la mirada con tus manos oceánicas y dejarme una nota en el bolsillo de los pantalones que odio, porque se cuela cualquier mano, pero sobre todo la tuya y es mentira.
Te pregunté por qué habías leído mis poemas, si ya no creías en el amor, ni en mí ni en nada. Contestaste que te llenaba la cabeza de esperanza, pero de llenarte el corazón se encargaría otra, y eso ya lo sabía yo aunque te lo callaras. Lo sabía porque siempre pasa. Estabas esa noche junto a mí y seguro que en tus abrazos, que confundí con mi hogar, ya estaba la idea de causar todas las devastaciones posibles, porque las personas cambiadas en el fondo mueren por ser especiales para alguien, y qué mejor que herir las alas de alguna que se cree poeta.
Disculpá si soy muy aguda, pero es muy tarde y yo sigo escribiendo para vos sintiendo el peso del primer poema de miles y teniendo miedo de todo lo que me va a tocar soportar. Tu oscuridad ya no me mueve el suelo, y mucho menos me eriza la piel ni me dan vuelcos por dentro. Yo no tengo reparos en dejarte ser, en dejar que me repares de nuevo con tu barba. Te conté que quise ser tuya por capricho más que por amor y elección, respondiste que mejor así, distinta y castigada. Pero yo todavía quería aferrarme a tus ojos índicos porque nunca voy a saber vomitar el veneno a tiempo.
Concluimos bifurcándonos en una estación y fuiste un tratamiento express para mí. No podía despedirme porque habías salvado ese último fragmento que quedaba. No sabía decirte adiós porque eras el verdugo y yo siempre me enamoraba del malo así que no hubo puntos finales, te los llevaste todos y me los arrojaste a la cara

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