A menudo me recuerdas a mí cuando te tenía.
A menudo,
y es verdad,
porque aunque se trate de un día,
aunque hablemos -de- unas horas,
un rato de los de antes significa cada día que perdimos de querernos.
Cada día que cambiamos por odiarnos,
por extrañarnos.
Desperdiciados.
Despedazados. Los días.
A menudo juro que volvería a cada día que pensé que jamás podría tenerte,
a cada instante de dolor,
de esa congoja de saber que se perdió a alguien
para siempre,
que a partir de ahí solo queda echar de menos,
porque el otro se torna,
cuanto menos,
muerto en vida.
Y es verdad que se echa de "menos",
porque de una noche para otra todas las cuentas fallan.
Y a mis mañanas les resto tus buenos días,
y a mis noches les sumo horas de pensar en qué momento pasó.
Las sonrisas también se restan
y los besos se dividen entre muchos que nunca van a ser quien eras
ni van a hacerme quien fui contigo.
Todo esto era porque te juraba que volvería a los días grises,
y es así porque nunca vi una luz tan hermosa
y tan brillante
como la del día que regresaste a mí para después marcharte.
Estoy convencida de que morí en ese instante,
ante esa luz, para así reunirnos.
Cuando hablo contigo, a menudo
-y sólo por seguir utilizando este recurso,
aunque me dejes sin ellos-
ni siquiera recuerdo que te tengo en mí para siempre.
Pero cuando me paro a pensarlo,
me asusta saber lo lejos que estás
después de haber estado tan extremada y peligrosamente cerca,
y lo lejos que estarías incluso acostado a mi lado.
"Aunque te escucho respirar, estás a cientos de kilómetros."
No hay comentarios:
Publicar un comentario