martes, 5 de noviembre de 2013

Quería ser tu heroína, pero sin marca.

Quería ser una redentora para vos.
Quería ser el hechizo que te sostuviera de la caída libre.
 Un punto de apoyo entre tanta miseria.
 Una guía que te acompañara hasta la luz.
Quería ser tu heroína, sin marca.
Tu salvadora, tu salvación, tu protegida.
Ansiaba curar las heridas del terrible golpe que seguramente tendrías tras sucumbir desde tanta altura. Y es verdad que lo que más deseaba en esta vida era dejarlo todo
para tomarte la mano e ir un paso por delante,
para cuidarte ante cualquier peligro,
como también es verdad que te amé
hasta llegar a salvarme a mí misma de la vorágine intrínseca en la que estaba sumergida,
y fue el deseo casi instintivo de seguir tu perfume,
de correr tras de ti persiguiendo tus huellas,
el que me hizo apartar de mi mente la idea de haber
perdido la pasión.
Que se había despedido de mí cualquier noche de marzo
 y se había alejado a años luz de mi lado
en el breve trayecto entre tu puerta y mi coche,
entre tu abrazo y mis pasos lentos
que aún pueden sentir tu mirada clavada.
Aunque no fuera así.
Aunque nunca llegue a saberlo.
Extasiada durante unos instantes,
perdí cualquier tipo de noción espacio-temporal y anduve vagando,
errante,
persiguiendo alguna fantasía en la que creí.
Siempre tan frágil,
 al borde de terminar disgregada o esparcida por cualquier suelo,
en tierra de nadie.
Viviendo en el delgado límite que existe entre la soledad más oscura y absoluta,
y la soledad que se lleva acompañada de personas y vacío.
 Perdida y vueltera entre palabras rebuscadas,
me levanto cada día con la sensación imposible de calmar
 de que no voy a poder continuar
 y con el aterrador presentimiento de que
  el día siguiente dejó de existir en el momento mismo que sentencié todo a un terror que se torna indestructible
 porque ya no te tengo,
porque vi que no vale la pena luchar por tenerte.

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