Creo que no va a salir nada bueno de esta cerveza.
Pero qué más puede pedirse,
sin necesidad de bebernos ya somos
adictos a tenernos.
No me faltes nunca.
Ahora vos podés pensar que está todo bien,
mientras yo te adolezco hablándole de vos a
mis noches en vela,
a mis hojas en blanco.
Al profundo letargo que, supongo,
Dios me entregará algún día como recompensa.
Y quisiera decirte que no voy a llorar
jamás
porque no me quisieras tal como fui,
pero es verdad que me encantaría que
nos hiciéramos cargo de eso de que
todo empiece de cero -entre nosotros-
porque no hay nada que quisiera más que
desconocerte,
desentenderte,
pero eso jamás ocurrirá
porque ya sos renglones de
esta tinta que me llena la sangre.
Serrat no se equivocó un ápice
-al contrario que yo-
cuando me dijo eso de que no había
nada más bello que lo que nunca he tenido,
ni nada más amado que lo que perdí.
En cambio, ahora cuenta algo de que
tu sombra va a seguir metiéndose en mi cama
con la oscuridad,
entre mi almohada
y mi soledad,
y yo tengo auténtico miedo de no poder soltarte más
porque estas ganas de vos
son más fuertes que cualquier palabra escondida
o que intente esconder.
Así que, a partir de ahora, por favor,
callá todas las sandeces
que estés a punto de decir y
matame a gritos de ternura,
ahogame entre sábanas
que hacen de este
amor
la más cruel
guerra,
y de esta guerra el
crimen
más perfecto, no el que quedó sin culpable,
sino ese en el que pudimos culpar a otros
por nuestros días de mediocridad y miseria.
Porque nos escaseamos de querer
y nos cansamos de querernos a nosotros mismos
sin poder vernos,
que estuvimos tanto tiempo
frente a frente
y nos cegaron los toques de la
incoherencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario