miércoles, 17 de julio de 2013

noventa y ocho.


Te extraño tanto, Eme, tanto, tanto, tanto. Mi sueño de ayer, mi equipaje. Sí, estoy escuchando el poema de amor, nuevamente, porque parece que no hay nada mejor para describir lo que significás para mí y que, además, sólo vos podrías escucharlo y agradecerme que sienta tanto amor por vos, ya que jamás va a existir un quinceañero que lo sienta y lo comprenda. Han pasado tantas cosas, me gustaría estar allá para contártelas. ¿Qué sabés de mí? Nada… Necesitame un poco. La historia parecía escrita a medida para que todo saliera perfecto, como E y Ele, era obvio que iban a terminar eternamente juntos. Y nosotros, que éramos unos E y Ele cualquiera, estamos así, que no estamos. Que vos estás lejos de mí, pero también estás lejos de todos los demás que te aprecian, porque estás distinto. Y yo, que estoy tan distanciada pero tan poco distante, te siento a varios km de diferencia de la que puedo tener con Renata o con el abuelo. En mi mente estás guardado dentro de una caja de enormes ventanales y me mirás, sabés que te miro y sabés lo que siento, pero no puedo sacarte, "mariposa en arrullo". Pero eso no quita que la historia parecía escrita a medida para que el amor triunfara, para que todo saliera bien, para poder contar con alegría a los treinta años cómo fue que nos conocimos cuando éramos unos bebés, pero que desde ese momento supimos, sentimos el amor más grande y estuvimos convencidos de la eternidad del mismo. En cambio, ya no con tanta alegría, pero sí con mucha suerte, igual podemos contar como tuvimos todas esas sensaciones, pero que, sin piedad, fueron rebanadas de un hachazo y se esfumaron para siempre. A pesar de la perfección de la historia de amor distante que Dios creó, todavía no puedo entender que la nuestra no durara para siempre.
 
 

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