domingo, 6 de marzo de 2016

Ojalá, por lo menos, que me lleve la muerte; para no verte tanto, para no verte siempre.

Después del efecto narcotizante de tu amor, puedo decir que no te creo. Ya no te creo. Tuvimos cuatrocientas oportunidades de ser, antes de que emprendieras ese viaje sin retorno. Y no fuimos. Pudimos besarnos mil doscientas veces, pero sólo fueron cinco. Íbamos a construir un hogar sin patria. Ibas a observarme desde la cama bailar en tu camiseta de fútbol. Íbamos a vivir en un lugar donde lo mundano siguiera sucediendo sin intervenirnos. Pero te largaste de aquí. Y yo me fui aún más lejos para no tener que verte ni por desgracia. Y ahora volvés diciendo que todo lo que pudo ser y no fue, hubiera llegado a ser muy bonito. Qué me vas a contar a mí, que vi tu cara en cada ruego, que construí tu sonrisa quién sabe cuántas veces, que te escuché nombrarme en cualquier parte y no estabas. Que cambiaba todo esto por un segundo con vos. 
Nunca voy a entender por qué te fuiste pero, a pesar de tener pesadillas con eso cada noche, ya no lo quiero entender. Ya no quiero nada. Desde ese día estoy despojada de lo humano y lo divino y ya no siento amor porque sé que no existe, porque si eso no era amor no hay nada que pueda serlo, y ya no importa realmente; café o té, derecha o izquierda. Cuando digo que ya no eres lo que quiero, me hablo a mí misma. Porque así, tal vez, si un día me reclamas como tuya no abandono todos mis sueños por lo único que alguna vez me ha importado; tú. Tú con ese caminar pausado, con ese nefasto dominio de lo que causa tu sonrisa. Cuando digo que tú eres más fuerte que toda esta mierda, que eres capaz de todo, te hablo a ti para que sonrías; porque he tenido esa mirada muy cerca y esa risa pegada a la mía y te prometo que puede cambiar el mundo de una manera mas definitiva que pasar la vida juntos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario