domingo, 5 de abril de 2015

Pero te digo adiós para toda la vida, aunque toda la vida siga pensando en ti.

Nos merecíamos un final mejor. Merecíamos encontrarnos aquel lunes para dibujarnos un punto con un beso de amor, para poder decirnos adiós con un abrazo digno de todo lo que vivimos juntos. Algo a la altura, como una despedida para saber que nos íbamos estando en paz. No pudo ser. 
La próxima vez que te vea no seremos los mismos. La próxima vez que te hable será 26 de julio y por fin, tal vez, invierno. Y podré decirte lo que nunca te dije, que te quiero para siempre, que no va a existir el día que no me acuerde de ti con todo el cariño de este mundo, que mis te quiero se formularán cuando nadie te los diga. Que no importa cuánto amor crean que pueden llegar a sentir por ti, nadie va a saber lo que significa quererte. Se necesita algo más, tener esencia, saber mirar más allá de tus ojos, entenderte. 
Por mucho tiempo sentí miedo de perderte, pensaba que mi vida iba a estar vacía si no podía colgarme de tu espalda y besarte hasta morir. Temía que llegara todo eso por lo que ahora estamos pasando, ser tan consciente de que nunca volvería a ver tu sonrisa libre como lo fuimos ese verano. 
No quiero, por nada del mundo, que esto parezca algo formal. Quiero que entiendas que necesitaba decirte adiós para cerrar este ciclo, sé que al final siempre terminas leyendo lo que escribo, y yo siempre fui mejor escribiendo que mirándote a los ojos. No hace falta que te diga que nunca voy a volver a querer de esa manera tan descomunal con la que te quise, tal vez porque he crecido, porque la niña pueril a la que besaste un día ya no existe y seguramente murió ahí mismo, con tu beso de dementor (no te lo tomes mal, sólo te llevaste mi alma). No llegamos a robarnos cosas que nunca volverán a pertenecernos, pero se van de tu mano muchos pedazos de mí, como mi cordura y también mi capacidad de amar. Lo he repetido hasta la saciedad, me arrepiento de miles de actos que he hecho sin pensar, como tomar un té caliente en la cama sabiendo que me lo iba a echar por encima, pero jamás voy a arrepentirme de no haber parado a tiempo, de no haber dicho "somos amigos" cuando me moría por un beso tuyo, de haber vuelto una y mil veces de rodillas como una peregrina a tu infierno. De haberte elegido como mi ángel redentor entre todo lo real. 
Aún hoy se siguen construyendo en mi cabeza todos tus gestos y cada vez que escucho tu nombre se abre un poco más esta herida y formulo tu cara, casi como un milagro. Y vuelvo a todo lo que nos hicimos, y me pregunto qué nos hemos hecho. A veces pienso que toda la armonía y felicidad del último tiempo en el fondo fue tu forma de decirme adiós de la manera más cariñosa que sabías. Después asumo que ya me mentí demasiado como para seguir lastimándome más. Que ya está. Que después de estos años de lucha contra mí misma, contra mí por vos, al fin te pude soltar. Libre de vos y también de mí.

No hay comentarios:

Publicar un comentario