sábado, 7 de febrero de 2015

De qué me sirvió quererte por encima del cielo, del sol y de la luna.

Vos me mirabas con esos ojos cansados y rojos, con tu media sonrisa hacedora de paces, mientras pasabas las yemas de los dedos desde mi frente hasta mi boca, y yo creía que eso era amor, uno tan real como la congoja que te recorre el cuerpo cuando entendés que no te va a volver a besar la persona que más te hizo temblar con un solo gesto. Aún hoy sigue tu mirada clavada en mí bajo la oscuridad de tu cuerpo, levanto la cabeza y te encuentro ahí, puedo escucharte reír, sentir tu voz en el cuello como un susurro, casi como un milagro. 

El deseo de volver y la sensación de no haber abandonado aún el coche hacen que casi consiga olvidar que mi cuerpo amado ha desaparecido y que tengo que tocarme constantemente los brazos, las piernas, la cara, para saber que sigo viva, porque el vacío oceánico que dejaste en esta cama cuando te fuiste pareciera imposible de llenar. 

Cómo te explico que siento miedo por vos, porque jamás vayas a saber lo que es amar verdaderamente a alguien, porque no vas a poder mirar a nadie con los ojos con los que yo supe verte y que a vos no te van a volver a observar así. Porque cuando estuve ahí y me dormí en tu pecho, realmente viví ahí y escuché cada una de las veces que tomaste aire al respirar y escuché tu corazón y tus bufidos de gato y los hice mi hogar. Porque te quise. Siento pena de que no sepas querer y de que la vida vaya a pasarte como un destello. 

A vos te dejaría intacto, no te cambiaría ni la incapacidad de quererme, -pero cómo escuece-. Hay cosas que uno elige y otras que a uno le pasan. Yo elegí que me pasaras una, dos, mil veces. Por la boca algunas, por encima otras. Y siempre perdonando, dejándote pasar. Te me fuiste escapando de estas manos de invierno que nunca te contuvieron y de lejos me estás mirando, tan lince, tan gato. Quise explicarte y hablarte de tantas cosas... pero tal vez hoy, a esta hora haya tomado la decisión más madura en nuestros últimos dos años (me di cuenta que me sé los nueve dígitos de tu número como el poema XV). 

Y de qué me sirve ahora tener todo lo que dije querer si me dibujaste un punto final en el medio de la frente. De qué me sirven tus brazos de hombre estrechándome diciendo que era tuya, y yo, que lo era, tu boca pequeña pidiéndome que confiara, tu voz que resuena como la nocturna 20 de Chopin en mis oídos. De qué me sirvo yo si no puedo sostenerme, si no hago más que castigarme y devolverme una y otra vez a la guerra. De qué me sirvió quererte por encima del cielo, del sol y de la luna. La puta madre. Por qué nos hiciste esto, si yo soy la única capaz de conjurar el Aresto Momentum que podría salvarte.

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