viernes, 21 de noviembre de 2014

En mi laberinto pretendés acariciar el remanso.

Todo apunta a que viví una realidad de nosotros totalmente paralela. Que siempre pensé que me querías un poco más de lo que mostrabas, que éramos algo más que ese amor-amistad tan nuestro, que me debías mucho más de lo que me dabas. Que me prestabas más calma que miedo. No era cierto. Aún hoy tu verdad se me clava como una estaca en medio del pecho y no te permito tirar de ella, no vaya a ser que me desangre, no quiero morirme en tus intentos. 

Estoy más enamorada de este estado de inadmisión de lo que nunca estaré de tocar tu pelo, porque puedo jugar a ser Cortázar e intentar que estas cuatro paredes blancas se traguen toda mi esencia y se derrumben sobre mí. Pero te juro que te quiero y que es mentira todo esto del olvido. Como si eso importara. Como si algo realmente importara, quiero decir, café o te; derecha o izquierda. Ya no es relevante que estemos en guerra o que haga frío, ni que sea la nieve la que ahora se hospeda en nuestros párpados. 

Detrás de tus ojos índicos todavía hay un poco de barro y vos en mi laberinto pretendés acariciar el remanso. No sigas, somos seres cóncavos y me dejé las entrañas y la fuerza en soñar encajarnos, y vuelta una vez más, como un Santiago Nasar que sostiene sus tripas en la puerta. Y todos nosotros sabiendo que se muere. Que me muero. Cierro los ojos y aún puedo escuchar cómo se rompe todo lo que tengo dentro, mientras tus zapatos italianos dibujan una ruta de adiós. Puedo verte este invierno sosteniendo otras manos, abrigando otro cuerpo. 

Estás compuesto entero por puntos finales y versos perfectos pero llegaste al mundo para darle un poco de consuelo y para amansar al diablo y, en cambio, ahora pareciera que me serviste un poco más de esa tristeza mía tan inducida en nuestro pasadizo de sangre. Te escuché hablarme desde muy lejos y entonces no se abrió nunca más nuestro duelo. Olisqueé tu perfume como una gatita arisca que se enrosca buscando el calor de tu cuello. Te vi abandonarme, dejarme en el intento, arrastrar mi locura tan tangible por ese camino hacia el desierto, con tanto fervor, tan fugaz en nuestro amor violento, que como estabas ya tan cerca de mi cielo, yo te prometí tirarme desde cualquier balcón después de haber visto Buenos Aires anocheciendo. Después de haberte visto a vos durmiendo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario