viernes, 1 de julio de 2016

no me lleves donde estés

No te he vuelto a escribir desde aquel día. Tu frialdad me hace temblar de miedo, tu amor impostado me cambió para siempre. He lamido mis heridas en otra ciudad y he conseguido sanarlas. Entendí que no fuiste tú el que me hizo más mujer, sino el que me hizo distante y vulnerable. Yo me hice a mí misma cuando tuve que construirme nueva desde los pies después de lo que devastaste. Después de que te llevaste todo de mí. 
Yo ya no soy la que fui para ti. Soy por mí. 
Te odio. Sólo puedo odiarte porque me despojaste de todo. Y en este sentimiento he sabido encontrar la paz. En entender que te has burlado de mi amor tan genuino y puro, en saber que me has mentido todos estos años, que me has arrastrado al infierno y que has disfrutado con mi dolor. Encontré la paz en este odio que me produce todo lo que viene de ti, que me has lastimado tanto. Que has querido lastimarme. 
¿Por qué me has hecho esto? 
Por qué me golpeaste así, por qué te llevaste todo, por qué no me dejaste marchar cuando estaba a tiempo. Por qué eres tan cruel. 
Cómo puede haberse convertido en esto tanto amor, tanta adoración. 
Siento pena por ti, por mí, por nosotros. Por lo que pudo ser y nunca ocurrirá, como te dije en febrero, cuando te pedí de rodillas que me permitieras partir sin retorno y contestaste que me querías para siempre. Me mentiste. Miles de veces, sin reparos, mentías. Jamás te importé. Creía conocerte pero no sé nada de ti y me asusta. 
Pero yo me bajo aquí. El que arriesga ama y a veces pierde. Yo te amé y te perdí y eso me condujo a mi destino. 

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