miércoles, 23 de diciembre de 2015

No fue culpa de nadie

He aquí el fin de nuestra edad dorada, de nuestra cumbre por la paz. Ahora tu vida va sobre otras cosas que yo no puedo explicar, y si me querés o no es algo que sólo vos sabés con certeza, pero al final del día has elegido estar con ella y has acabado con esto a lo que yo llamaba amar. Yo ya no me banco tormentas ajenas, si desde que te fuiste en este cielo hay tanta paz de esa que muere matando por que vuelva tu guerrilla. Si desde que te fuiste intento rescatar el poco perfume de primero de enero que dejaste en mi vestido durante tres noches muy viejas, muy fugaces.
Y te volvés a cruzar como flecha de ponzoña desde el comienzo hasta el final de mi pecho, ahora yo qué hago, si entre tus brazos siento que ando ligera como un primer pensamiento, si dibujo tu cara en todos mis ruegos. Me dejabas buscarte la boca como un enfermo al remedio, yo te dejaba guarecerte en mis piernas como un cachorro mojado.
Otra vez te vas, de nuevo me dejas y mi instinto de supervivencia me dice que tengo que esperar que vuelvas, no hacía falta que te fueras para que pudiera definir perder. Así que otra vez caerse y levantarse, otra vez la felicidad de un niño cuando sale de la escuela. De nuevo despedirme de ti para siempre en un aeropuerto cerrado. Y hay que vivir igual, incluso si esta tristeza nos raspa las rodillas, incluso si aquí dentro hay tanta pobreza de esa que no se ve, y es la peor.

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